Avellaneda 4102, esquina Gualeguaychú

Ante lo irreversible, mostramos como testimonio futuro, una imagen de una parte de la ciudad que ya no existe y no se re-genera con la misma carga arquitectónica, simbólica, artística, familiar, barrial o colectiva.

Muchas de ellas han sido demolidas en forma clandestinas, sin permiso de obra, de atrás para adelante, sin la debida protección de los obreros o de los vecinos de las casas lindantes.

Otras, pese a su innegable valor arquitectónico y de estar portegidas por la Ley 3056 de la CABA, fueron condenadas a la piqueta justamente por el organismo que debería
preservarlas.

Con suerte, podemos mostrarles el "antes" y el "después", para crear conciencia sobre el patrimonio arquitectónico porteño arrasado en esta última oleada. Es un triste "obituario virtual", de piezas de una ciudad cuya mayor riqueza, era, justamente, su eclecticismo arquitectónico.

sábado, 31 de mayo de 2008

Avellaneda 4102, esquina Gualeguaychú

Una casona menos, hoy están levantando un adefesio de departamentos, uno mas.

1 comentario:

Ana dijo...: Cuando vi que se llevaban los muebles antiguos... todavia tuve la esperanza que la reciclaran. Pero no,hicieron un adefesio.; 11 de julio de 2009, 20:28

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CON LAS DEMOLICIONES MAS RECIENTES QUE AQUI PRESENTAMOS...

por Nicolas Derderain

La tristeza tiene la forma de una demolición.

La transformación que mis ojos observan día a día es asombrosa. Esquinas que me han acompañado durante años ahora ya no proyectan sus recordadas siluetas. Espacios vacíos y tapiados aguardan una nueva estructura de departamentos en donde solía estar quien sabe que, pero con un diseño único que nos inspiraba verlo cada mañana.

Camino y veo que las fachadas dejaron de hablarse, dejaron de comunicarse y empezaron a mostrar sus medianeras desnudas que pronto serán nuevamente ocultadas por un edificio que interrumpirá la armonía que solía existir. El rico legado arquitectónico de los barrios porteños se va de la mano de la desidia inmobiliaria. Perdemos nuestra identidad, nuestra historia, aquella puerta, aquel friso o cúpula que nos recordaban quieres éramos, de que estamos hechos, cual es el aroma que acompaña de la mano a la humedad de la ciudad, sensaciones únicas y medidas como con un gotero que nos recuerdan donde estamos, quien somos.

Espacios sin brillo, décadas que caen en horas, impotencia que se hace angustia un domingo por la tarde cuando navegando en Internet descubrís que el bar O´Rondeman, cuna de las cunas de mis cunas, dejo de existir para darle una silueta mas acorde, según los urbanistas, a la actualidad turística del barrio del Abasto.

Puñales que no se detienen, que me quitan de a poco migajas, migajas que me hablaban y contaban historias de otros, que explicaban con sutileza mis dudas, con la claridad del pasado, con un lenguaje envidiado y poco imitado. Ese lenguaje del tiempo, ese idioma sabio de manejan solo nuestros abuelos.

Dejan su lugar, espacios de música, de milongas rápidas y comidas familiares. Dejan de existir expresiones artísticas del corazón, en donde grandes arquitectos como Colombo dejaron parte de su alma viviendo entre la armonía de una construcción única, irrepetible.

No comprender el silencio de un bar cerrado, los cuentos que transmite con su sombra al atardecer y las sonrisas que este te regala cuando descubrís lo que alguna vez encerró, los secretos que sabe que no puede contarte en ese momento. Valor del ayer.

Pasan los días, pasan los gobiernos, y las heridas sobre Buenos Aires aumentan. Los barrios como Caballito son objetos preciados de los urbanistas mas incapaces, en donde los vecinos intentan explicar el sentimiento único de amor por su lugar, que los crió, les enseño a andar en bicicleta y en donde conocieron su primera novia. Valor lejos del económico, y cerca de lo abstracto e irrepetible.

Conservan nuestro entorno sanamente, sin perturbar nuestra historia y amando cada ladrillo como a nuestros hijos.

La ciudad de Buenos Aires es un museo al aire libre. Sus barrios entrelazados enseñan diferentes caras de una ciudad única. Sus culturas, fiestas tradicionales, arquitectura, parques, murgas, clubes barriales, almacenes, todo a lo que una inmobiliaria le da un valor potencial de inversión, para nosotros es el aire que necesitamos para respirar, es nuestro lugar donde podemos ser como realmente somos.

La tristeza tiene la forma de una demolición. La angustia de sentir que ya no estas, que estas en peligro de desaparecer. El dolor no se diluye en el tiempo y cada día una sorpresa mas te espera tras la ventana de un colectivo. El ritmo de la perdida no me deja reponer, no me deja respirar y me empuja a querer irme de la ciudad para no sentir el dolor .

Belgrano, Caballito, Villa Urquiza, Villa Crespo, Pompeya, ya no son solo nombres de barrios, y estas palabras por si solas representan largas poesías, que con los colores mas hermosos pintan un irrepetible cuadro comunal en donde la identidad se refleja en las oscuros charcos que se forman en los empedrados.

La modernidad tiene mucho de ignorancia y falta de respeto. Estamos frente a una lagrima de un tono gris porteño que acompaña cada fin de semana cuando salgo a respirar Buenos Aires y me encuentro con tantos que no la cuidan, que no nos cuidan y la dejan caer sobre sus cimientos en menos de 48hs, mirando de reojo, esperando una protesta, sabiendo que su apetito le quita el perfume del tiempo a muchas familias.
Si no cuidamos nuestro pasado, que podemos esperar de nuestro mañana.